Revista Ñ del diario Clarín, en Argentina, publicó el 15 de julio este texto de Diamela Eltit con motivo de la muerte de la ensayista, académica y narradora Sylvia Molloy. Recordando su lectura de En breve cárcel, la autora chilena dice que “abrió un espacio literario para los dilemas y los diversos transcursos lésbicos. Lo hizo hace ya más de 40 años. Lo fundamental e inaugural que este texto porta es cómo y en cuánto esos cuerpos transcurren y ocurren sin culpas, sin disculpas, sin enmascaramientos, entregados a sus circunstancias y a sus problemáticas”. Este es el artículo que apareció en Ñ:
Cualquier texto que apunte a despedir a una figura literaria tan relevante
como Sylvia Molloy, será siempre insuficiente. Porque abordar su recorrido
implica internarse en territorios signados por la precisión analítica que la llevó
a escribir ensayos ineludibles. Escritos que circulan incesantemente y de
manera primordial en los estudios literarios académicos. Y precisamente en
este ámbito, el académico, se desarrolló su vida cultural generando una
escuela de pensamiento entre sus numerosos estudiantes.
Maestra en espacios tan importantes como Yale o Princeton, Sylvia
Molloy fue también una figura central en los estudios de literatura
hispanoamericana en la Universidad de Nueva York, donde, entre otros
aportes, me parece necesario destacar que ella generó un “Magister en
Escritura Creativa en Español”, marcando así un hito expansivo para la lengua
en una ciudad marcada por su centralidad en los mapas mundiales.
Pero, más allá de su permanencia en Estados Unidos, sus trabajos
críticos atravesaron por distintas y diversas fronteras para consagrarla como
una ensayista fundamental, junto a Josefina Ludmer; me refiero a dos figuras
que lideraron la escena latinoamericana. Es importante examinar sus
emergencias y pensar esas precisas producciones encabezadas por mujeres
argentinas que abrieron sentidos e iluminaron, con la potencia de sus trabajos,
nuevas estrategias discursivas para seguir pensando, repasando y repensando
las literaturas continentales.
Pero Sylvia Molloy escribió también literatura. Leí En breve cárcel
durante los primeros años de la década de los 80. Precisamente el decisivo
escritor José Donoso, amigo muy querido, me la recomendó. La leí. O quizás
habría que decir, la leímos, porque el texto circuló de inmediato entre las
escritoras que conformábamos la comunidad literaria de esos años.
La lectura me resultó intensa, compleja, fascinante. Seguí, de manera
admirativa, el hilo conceptual que estructuraba el texto, una especie de tejido
depositado sobre otro tejido, una escritura que “escribía” e imponía la
escritura desde la letra misma, para generar así una consistente estética
fundada en las relaciones entre mujeres.
En breve cárcel abrió un espacio literario para los dilemas y los
diversos transcursos lésbicos. Lo hizo hace ya más de 40 años. Lo
fundamental e inaugural que este texto porta es cómo y en cuánto esos cuerpos
transcurren y ocurren sin culpas, sin disculpas, sin enmascaramientos,
entregados a sus circunstancias y a sus problemáticas.
Así, el libro permitió una emancipación rotunda, inscribió un signo en la
medida que rompió un consenso fundado en la heterosexualidad de las
mujeres, mediante el ejercicio de una subjetividad dictaminada por parte de la
hegemonía latinoamericana. En breve cárcel posibilitó una forma de
expansión, un salto de sentidos, porque generó una poética sólida fundada en
la letra y en la dispersión de imágenes. Un cuidadoso escenario levantado para generar el final de una relación amorosa. Pero una relación amorosa que solo fue posible iniciarla y terminarla desde el trabajo con la escritura. Un amor “escrito”.
Cuando me encontré con Sylvia en un café en Nueva York, pienso que en 1986, en un breve viaje que hice para participar de un congreso literario, le hablé de su “novela”, ella me dijo que en realidad no era ficción, que había escrito un texto autobiográfico. Quedé completamente sorprendida porque en realidad si bien había un “yo”, me pareció desplazado, nunca monumentalizado sino más bien sometido a un conjunto de poses. Todavía pienso que ese “yo” es inclusivo, envolvente. Todavía la leo como un texto que permite pensar la pericia que requiere la construcción de una novela.
Pero mucho más allá del eterno dilema de los géneros y sus límites, o pensando en géneros sin límites, Sylvia Molloy deja un legado consistente. Tuve el privilegio de trabajar algunos años con ella, mantuve encuentros significativos en los que la vi desplegar su inteligencia, compartimos momentos divertidos. La admiré y la admiro. La admiraré siempre.