Por qué leer los clásicos: El desaparecido de Franz Kafka

Arrancamos esta sección tributa a ese libro inmenso de Italo Calvino (Por qué leer los clásicos, Tusquets, 1992), con una reciente edición de El desaparecido, de Franz Kafka, novela que hasta poco se conocía como América. Este fue el nombre elegido por Max Brod en 1927, cuando la novela apareció por primera vez, si bien el texto en su mayor parte es de 1912, cuando Kafka también escribió “La condena” y La transformación (antes llamada La metamorfosis, su trabajo más célebre). Hablamos de 74 días decisivos y deslumbrantes, en los que el autor checo produjo más de 400 páginas, lo que significa que había logrado las condiciones ideales para la creación: el aislamiento casi perfecto y siempre de noche, hasta caer rendido, exhausto y a veces —solo unas pocas veces— alegre al ver cómo la historia “se desarrollaba ante mis ojos, de verme avanzar entre las aguas”, como se lee en su diario.

El desaparecido tiene algo de novela de iniciación, pues trata sobre un joven de 17 años que es enviado a Estados Unidos por su familia, después de haber dejado embarazada a “una criada que lo había seducido”.
Llega entonces al país de la libertad y el capital, de las oportunidades y la diversidad, la Tierra Prometida para cientos, miles de inmigrantes europeos, pero nada más arrancar la historia ya se aprecia que será una historia kafkiana en toda ley: mientras los pasajeros bajan del barco, Karl Robmann le pide a un desconocido que cuide su maleta porque ha olvidado su paraguas en el camarote, pero en esa búsqueda se pierde —no se dio cuenta durante el viaje que el barco era tan grande—, siente que está en un laberinto, hasta que se encuentra con el fogonero, quien le hace ver que seguramente su maleta ya no está. Y el paraguas… menos. Vaya ironía: ¡bienvenido a América!
Como dice Mariana Dimópulos en el prólogo a esta nueva edición —traducida por Ariel Magnus— aquí ya “reina el cálculo, la lógica (dialéctica) y la desesperación (…). Kafka se muestra ya en esta primera novela como el gran estilista que fue, de la palabra y del pensamiento”.